Friday, February 09, 2007

Episodio I: La amenaza bogavántica.

Gamba Wars.

Episodio I: La amenaza bogavántica.


Capítulo 1: Ataque a Gambaboo.

Hace mucho, mucho tiempo, en una piscifactoría muy, muy lejana…

Los dos Gambdis Obi GambaWan Kenobi, y su maestro Qui Gambón Jinn se dirigían en su transporte, zampándose unos bocatas de calamares, hacia el estanque de Gambaboo, en estos momentos rodeado por la flota bogavántica. Los salvajes separatistas llevaban días amenazando con lanzar pinzas kamikaze contra el planeta, y por ello los Gambdis iban a entrevistarse con su líder, para ver cuáles eran sus demandas. Una vez llegaron a las tripas de la nave principal de la flota, Obi y Qui fueron guiados a una sala herméticamente cerrada (las denominadas salas Tupper). Al rato, un bogavante automatizado entró por la puerta, observó inclinando la cabeza a los Gambdis, y les mandó a tomar por culo de parte de los invasores, al mismo tiempo que un gas mortal a base de plancton obtenido del ano de un cachalote (es increíble cómo los bogavantes lograron meter, literalmente, un pedo en un bote) inundaba la sala. Tras la infructuosa entrevista, el ejército bogavante destruyó el vieiratransporte de los Gambdis, por lo que éstos atravesaron la nave bogavántica, hasta llegar a sus hangares e infiltrarse en uno de los Caracoleadores, transportes del ejército bogavante. Por el camino, cientos, miles, miles de millones de bogavantes les bloquearon el paso, lo cual, lejos de desanimarles, les impulsó a buscar nuevos atajos a lo largo y ancho de la nave. Este peculiar escondite duró un par de años, durante los cuales la flota retrasó la invasión, hasta que GambaWan y Qui Gambón consiguieran llegar a uno de los susodichos transportes, para conseguir llegar al planeta y avisar a su gobernante, la reina Gambidala, de la invasión.

-¡Hay un guión, y lo cumpliremos! – Reiteraba sin cesar el persistente general bogavante.

Es, por otra parte, sumamente “inteligente”, infiltrarse en un transporte invasor para avisar de una invasión al planeta al que dicho transporte transporta tropas invasoras. Tales situaciones se han dado más de una vez en la piscifactoría. Como aquella vez en la que un muñeco de plástico malo (PlaiMovyl, creo que se llamaba) viajó dentro de una ballena cantarina de los mares del sur para avisar de que una piara de ballenas cantarinas de los mares del sur se acercaba a la zona a la que iba (los mares del norte). En cualquier caso, este ejemplo no es en absoluto relevante para nuestra historia.

Una vez el Caracoleador llegó a tierra firme, aterrizó en el arrecife de coral amebano. Los amebanos eran unos simpáticos habitantes, cuya piel era de un color que se asemejaba sorprendentemente al de la mierda. Esto era debido (pendiente de comprobación científica seria) a que eran amebas, y el 90% de su cuerpo era su ano. De ahí su denominación vulgar, amebanos. Se suele insultar a gente llamándole lamebanos, lo cual expresa el profundo odio que siente la piscifactoría hacia esta raza, cuanto menos, peculiar. En concreto, uno de ellos, Jar Jar Amebinks, estaba en ese momento anonadado observando el grácil vuelo de una mariplanktesilla cojonera que revoloteaba alrededor de una flor color blanco satén. En cuanto se cansó de revolotear y de hacer el gilipollas, se posó delicadamente sobre uno de los pétalos de la citada flor, y en ese momento Amebinks salió de su ensimismamiento, abrió la boca, y su pegajosa lengua salió disparada a una increíble velocidad de 0.0134 libros leídos / hora. Mientras la lengua volaba presta, rauda y veloz hacia la mariposa, ésta tuvo tiempo suficiente para leerse un par de revistas, una de ellas porno. Lo consiguió siete veces. Hay que tener en cuenta que las mariplanktesillas carecen de manos para “estimularse”. No sólo eso, también los bogavantes tuvieron tiempo de sobra para completar la invasión (cuatro veces y tres dieciseisavos, en concreto), los Gambdis visitaron todos los puticlubs de Gambaboo (sólo tres veces, porque es que son muchos). Cuando la lengua estaba a tan sólo 1 milímetro de la mariplanktesilla (es decir, a un par de horas de agarrarla), Qui Gambón empujó a Jar Jar Amebinks para evitar que un misil nuclear le aplastara la cabeza. El dicho misil se incrustó encima de la flor, y Amebinks lloró desconsoladamente por la muerte de su comida. Obi GambaWan estaba subido en el misil, y llevaba intentando desactivarlo desde su lanzamiento, que fue en la tercera invasión consecutiva de los bogavantes. Seguía arrancando pedazos de chapa y cables, sin resultado alguno. Qui Gambón le miraba desde el suelo, y Amebinks miraba fijamente un tornillo de misil (en realidad, su mirada estaba perdida en la infinidad de la piscifactoría, y lo cierto era que su lengua colgando desde un lado de su boca le daba un aire de lo más cómico).

-GambaWan, no va a explotar.

GambaWan ignoró a su maestro y siguió arrancando cables como un poseso.

-Esto es algo personal, maestro…

-Relájate, y escucha al Circo... Él te mostrará el camino…

GambaWan agachó la cabeza, se resignó y bajó del misil. Se quedó mirando a Amebinks.

-¿Y éste?

-Necesitamos la colaboración de los amebanos para llegar hasta la civilización. – Qui Gambón se giró hacia Amebinks - ¿Cómo podemos llegar hasta vuestro inmundo agujero, donde os margináis del contacto social?

Amebinks, como era de esperar, no dijo nada, en parte porque su mirada seguía clavada en el infinito (cuya hemorragia empezaba a ser grave), y en parte porque su lengua colgante le impedía hablar como un ser normal. Vale, también su inexistente cerebro le impedía hablar como un ser normal. De hecho, considerarle como “ser normal” es, cuanto menos, un increíble cumplido para un amebiano.

Amebinks reaccionó cuatro semanas y media más tarde, para guiar a los Gambdis hasta un pequeño agujero entre los corales, por el que descendieron, esquivando peligrosos seres marinos microscópicos. Al cabo de un rato llegaron a una especie de bola marrón enorme. El hogar de los amebanos. Ambos Gambdis entraron, siguiendo a Amebinks, que les guió a través de los pasillos de mierda submarina de la ciudad amebana. Tras dar siete vueltas por el mismo sitio, les llevó a un gran salón (si es que dentro de una ciudad creada por amebanos algo puede considerarse como “gran salón”), donde su jefe, el gran (literalmente) AmeBass estaba comiéndose los mocos.

-Saludos, gran (literalmente) jefe AmeBass… - dijo Qui Gambón, con toda la educación que fue capaz de reunir en cinco minutos. Al no obtener resultados, siguió hablando – Queremos un transporte para llegar a la ciudad de los Gambaboo. – El jefe AmeBass reaccionó ante el nombre de “Gambaboo” y abrió los ojos exorbitadamente.

-¿Gambaboo? Esos miserables crustáceos no merecen vivir… ¿para qué queréis ir a la ciudad Gambaboo? – La capacidad del jefe AmeBass para hablar sorprendió a propios, a extraños, e inclusive al propio jefe. Qui Gambón se sintió algo intimidado por la reacción del jefe, pero luego pensó “soy el más macho”, y se repuso.

-Tenemos que avisarles de que están invadiendo el planeta.

-Ah, pero… ¿están invadiendo el planeta? – Qui Gambón miró a Obi GambaWan, que había decidido (de manera muy oportuna) mantenerse al margen. Qui Gambón suspiró, un suspiro que podría traducirse por “qué subnormal…”.

-Sí. Los crueles y desalmados bogavantes están arrasando la superficie del planeta. – Inclinó los brazos (todos) hacia adelante, y abrió los ojos - ¡Debemos avisar a los Gambaboo antes de que sea demasiado tarde, y estén extintos! ¡Que si no nos quedamos sin parodia!

El jefe AmeBass volvió a explorar sus fosas nasales en busca del preciado mineral gelatinoso y verde que habitaba en ellos, mientras pensaba. Al rato, enunció.

-Que les den.

Qui Gambón no perdió la postura que había adquirido (pose, la verdad, muy dramática, que le da un toque bastante cool a la escenita que estaba montando). Al cabo de un par de minutos sin más sonido que el de Amebinks babeando, y el dedo del jefe AmeBass rebuscando en sus fosas nasales, Qui Gambón suspiró y dejó caer los brazos.

-Es posible que no os llevéis bien con los Gambaboo… pero entre los dos habéis hecho de este mundo la pelotita de mierda que es ahora. Y es importante que ambos defendáis eso. ¿Qué sentido tiene crear una preciosa pelotita de mierda, si luego dejáis que los crueles y desalmados bogavantes la destruyan y la conviertan en una fea pelotita de mierda? (No nos engañemos, Gambaboo era poco más que una pelotita de mierda) Prestadnos ese transporte para que juntos podamos defender lo que habéis creado…

AmeBass roncaba como si estuviera profundamente dormido (cosa que, casualidades de la vida, estaba). Qui Gambón interpretó ese gesto como un “sí”, así que agarró a GambaWan por la túnica y le arrastró cual bolsa de basura pesada hacia una pequeña portezuela que había en la parte trasera del salón. Allí estaba el parking de los altos cargos. Qui Gambón eligió un Ferrmitaño Testarrossa rojo, metió a GambaWan en el maletero e hizo un puente para poder arrancar el coche.

Gracias a estas inteligentes tácticas, Qui Gambón y GambaWan pudieron llegar hasta la ciudad Gambaboo. Cuando Obi GambaWan y Qui Gambón llegaron al palacio de Gambidala, tras aniquilar con sus bigotes láser a cientos, miles, miles de millones de bogavantes por el camino, ésta les esperaba encadenada al trono, golpeteando en el apoyabrazos con parsimonia, rodeada de cientos, miles, miles de millones de bogavantes, armados hasta los… ¿bigotes? ¿pinzas?

-¡Mi señora! ¡Están invadiendo el estanque! ¡Debemos huir! – dijo GambaWan.

Los soldados bogavantes que rodeaban el trono comenzaron a reírse a carcajada limpia. Qui Gambón no perdió ni un segundo, y los fulminó a todos con su mirada de hielo, y sus bigotes láser. Obi GambaWan procedió presto, raudo y veloz a soltar a la princesa de sus cadenas, y cuando lo hubo conseguido, ésta corrió a abrazar a Qui Gambón.

-Gracias por salvarme, noble Gambdi. Pero, ¿Qué debemos hacer ahora? – GambaWan guardaba las cadenas, maldiciendo su mala pata (teniendo tantas, alguna debía de ser mala). La princesa se apartó rápidamente al notar cierto extraño bulto en el caparazón de Qui Gambón.

-Debemos dirigirnos sin demora a TiburosCant, la capital de la piscifactoría, para advertirles de lo que está pasando – Dijo Qui Gambón, maldiciendo su “mala pata”… Bien, los Gambdis acompañaron a Gambidala a recoger sus enseres personales antes de dirigirse hacia el hangar de palacio, donde cogerían la nave-Ostra-real de Gambaboo.

Tras esto, acompañaron a Gambidala de compras por el centro comercial más importante, lujoso y prestigioso de la ciudad. Compró unos zapatos nuevos, porque los que llevaba no le hacían juego con el naranja radiactivo de su traje de presa real (era para evitar sospechas), además de una Tortuguite, las maletas más resistentes de toda la piscifactoría. No dejen escapar ésta oportunidad, y compren allí ustedes también, antes de que el planeta acabe destruido, o antes de que los devoren en una boda/bautizo/comunión… o, peor aún… ¡En Navidades!

Posteriormente, Gambidala fue a recoger a su amante nº 5234625241390462…, Sio Gambible, segundo gobernador (por enchufe, y el segundo gobernador nº 5234625241390462 que había tenido Gambaboo durante el reinado de Gambidala), para que le acompañara en esta tan cruel y dura travesía.

-No es que no quiera ir, mi amor, pero es que están jugando los GamboWatchers contra los Gambkees, ¡y es la final de la GambaBowl! – Suplicaba Gambible.

-Nada, nada, ¡¡tú te vienes!! – Gritó Gambidala.

-Menudo carácter que gasta la nena… como me pone – susurró Qui Gambón a su discípulo GambaWan, quien era totalmente cierto y objetivo que tenía mucho que aprender… aunque no precisamente de su maestro, muy ducho en artes amatorias, y demás morralla telenovelística.

Gambidala subió a rastras a su amante nº… bueno, ése, a la nave-Ostra-real del reino, seguida de GambaWan y Qui Gambón. El primero de los últimos se preguntaba en silencio si no era necesaria una tripulación más numerosa para llevar una nave de unas 14096517340981 toneladas y siete diecinueveavos (a ojímetro). Pero como su maestro no había dicho nada (embobado, por otra parte, por los bigotes y el trasero de Gambidala), se encogió de hombros (de todos), y subió a la nave, mientras ésta cerraba sus compuertas, y con un sonido parecido al de un gran pedo de Ostra, arrancó motores.

Como no podía ser de otra manera, mientras los campos de Gambaboo eran devastados por cientos, miles, miles de trillones de bogavantes, que nadie sabe de dónde salieron (más que nada porque Qui Gambón y GambaWan, ellos solitos, ya habían matado, un par de veces, a cientos, miles, miles de millones de ellos), la nave-Ostra-real del reino Gambabooiano intentaba atravesar sin éxito el bloqueo de la flota bogavántica.

-Dejadnos pasar. –Pidió Qui Gambón

-No. –Espetó la nave de los bogavantes (hoy en día inventan cada cosa…)

-¡Es una urgencia! –Urgió Qui Gambón.

-Pase por la ventanilla 514367-B, pida el formulario 2134-K/4, rellénelo con el bolígrafo 2987-77BaW y tráiganoslo, y quizá le dejemos pasar.

-…

-…

-¡Déjenos pasar! –Re-urgió Qui Gambón.

-No.

-¡Por dios, que alguien les convenza! – Gritó Qui Gambón, frito (y al ajillo, además, muy rico) de tanta bogavante-cracia.

Gambidala cogió el intercomunicador por los huevos, y con voz muy sensual, dijo:

-¡A VER, PEDAZO DE SUBNORMALES, OJIENORMADOS, PINZAMANCOS Y ROJIPIÉLICOS! ¡¡QUE NOS DEJÉIS PASAR DE UNA PUTA VEZ!!

Después de un leve zumbido agudo en el intercomunicador, la flota bogavántica hizo un pasillo a la nave-Ostra-real, la cual lanzaba sus… ¿puños? Amenazadoramente de un lado a otro, mientras lo atravesaba.

Tras unos breves procesos gástricos y algunos pequeños cálculos infinitesimales llevados a cabo a la sorprendente velocidad de 0’9 MierdaHerzios, la nave-Ostra-real se tiró un gran pedo (pero enorme, no veáis si olía, el muy cabrón), preparando los motores para el HiperPedo, que es como el hiperespacio, pero en gaseoso.

7 minutos después, los tripulantes aún esperaban a que los cálculos se finalizaran, mientras la flota de bloqueo bogavántica se echaba unos muses, briscas, strip-pokers y otros juegos de cartas y azar. Al cabo de otros tantos minutos, la nave-Ostra-real cayó en estado de coma etílico profundo, debido al olor de su propio pedo preparatorio para el HiperPedo, y Qui Gambón, ayudado por GambaWan, redirigió la nave de tal como que para cuando llegara el HiperPedo, la flota bogavántica fuera afectada.

Dos días después, al fin halló una ruta hasta el próximo estanque, reactivó sus sistemas (estamos hablando de la nave-Ostra-real), encogió el estómago, comprimió su ano, y con un enorme…

¡PRRRRTFFFFTFFTTTTTTtttt…!

La nave entró en estado de HiperPedo, y salió catapropulsada hasta el infinito, y más allá, despidiendo hedores nauseabundos, sólo comparados con queso cabrales a la crème d’axilè. Un rato largo después, las naves de la flota bogavántica fueron cayendo redondas, una tras otra, debido a los efectos del HiperPedo. Los cráteres que dejaron al caer sobre la superficie, humeantes y malolientes (y los agujeros también) fueron llamados, por los gambabooianos, “agujeros de mierda”.

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